
Mientras meditaba en la palabra de Dios, y a la vez en todo lo que está ocurriendo en el mundo, pensaba en el único refugio seguro de la tierra, y, de cualquier otro lugar. No es un súper búnker a prueba de misiles, no es una cápsula creada por la NASA para el fin del mundo, no es una catedral católica o evangélica; y, díganle a Elon Musk que Marte, menos. Es Dios, y solo Dios.
Pero, me despojaré un poco de todo vocabulario que suene religioso para ser un poco empático con el lector: “¡A veces se nos va el avión!”. De repente, se nos olvida que el cristiano, al menos el cristiano verdadero, debe ser la persona más segura del planeta, pero no; también entramos en pánico, también miramos demonios por todos lados, también sacamos el escatólogo que llevamos dentro (que de escatología sabemos lo que sale en youtube). Y, en resumen, nos parecemos al mundo. Sin Dios, sin fe, y como resultado, sin Esperanza.
Bien, al grano. ¿Alguna vez se ha detenido a observar cómo las personas y las cosas cambian? Supongo que sí. Supone que sales de tu país cuando tienes quince años, y regresas cuando tienes treinta. Encontrarás a tus padres un poco más viejos, a tus amigos casados, quizá. Casas renovadas, o destruidas; etc. Es imposible moverse a un lugar por cierto tiempo, y al regresar no observar cambios, por muy pequeños que sean. Quiero que tengas esta pequeña observación en mente.
Entonces sucede que de una u otra manera, esos cambios nos afectan, es casi, digamos, como una la ley de reacción: tirá una pelota de tenis contra la pared, lo más seguro es que al golpear la pared la pelota regresara con cierta fuerza hacia cualquier dirección; no se quedará estática. Si de repente un amigo, te hablaba, y luego ya no te habla, te afectará. Si alguien te amaba y ya no te ama, te afectará. Si alguien te odiaba y ahora te ama, también te afectará. ¿Porqué? Porque somos seres reaccionarios. Queramos o no, hay cambios que nos cambian.
No estoy haciendo un ensayo acerca del cristiano que no le afecta que alguien no le ame, o del que si le meten un bofetón inmediatamente pone la otra Mejía. Estoy hablando del sincero, que todavía lucha contra ese carácter, que no aguanta que alguien le está pitando por atrás mientras conduce; de ese que todavía lucha contra esa espina de la injusticia que le cometió su prójimo. ¿Verdad que esos cambios te han cambiado? Lo sé, eres humano, Dios quiere que cambies para bien, pero ese es un trabajo que debe hacer el Espíritu Santo en tu vida y es un tema que tocaremos en otro artículo.
Habiéndo hablado de algo que no es ignoto, quiero hablarte de la inmutabilidad de Dios. Bien, no ahondaré mucho en tecnicismos acerca de los atributos de Dios, pero en términos sencillos, (ya que cada “atributo” podría tomar años tratando de enseñarse) significa que “DIOS NO CAMBIA” haz una pausa y vuelve a leer esas letras en grande. Porque eso que acabo de decir es una buena noticia para el que ha caminado en santidad, el que ha obedecido, el que ha confiado en el Señor; solo para ellos. ¡NO! Esto también es una buena noticia para el que la regó toda, para el que metió la pata —diría el buen nicaragüense— para ti que te alejaste de la presencia de Dios, el que siente que ya no merece ser perdonado.
Hermano, amigo, DIOS NO CAMBIA. Eso no quiere decir que no le dolió tu pecado, que se gozó porque fallaste, claro que sí, Él es una persona relacional y por lo tanto siente. Pero esto en absoluto lo ha hecho cambiar de opinión con respecto a ti. “Porque yo, Jehová, no cambio” (Malaquías 3:6). Él nos está esperando con brazos abiertos, sigue perdonando de la misma manera, restaurado con el mismo amor, salvando con la misma gracia, corrigiendo con el mismo celo.
¿No nos debería esto llenar de paz? Cuando lo medité, dije: tengo que correr a la presencia de Dios. Él no ha cambiado, Él me sigue amando y estoy seguro que cumplirá su palabra que dice: “Y el que a mí viene, no le echo fuera” (San Juan 6:37). El mundo se podrá estar cayendo en pedazos, pero mi Dios está enteramente íntegro en su ser y su esencia, y eso, no hay tribulación que lo derribe.
Concluyo con esto: Nuestra seguridad y nuestra confianza es Cristo. Puedes estar seguro que Él sigue firme en su trono y no hay nada ni habrá nada que lo haga cambiar, porque Él ha declarado que es el mismo de ayer, de hoy y por los siglos de los siglos. (Hebreos 13:8)
CORRE A SU PRESENCIA. EL DIOS QUE NO CAMBIA TE ESPERA.
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