Si alguien no te pudiera ver, ¿cómo te describirías?

Diría que darme a conocer es una tarea utópica, porque ¿quien conoce su propio corazón cuando este es una fábrica de engaño? Sin embargo, trato de remendarlo con la aguja que pende del hilo de las palabras de un libro sagrado.
El chico nació entre amor y abandono. Mezclado de alegrías y nostalgias que lo llenaron de inmunidad y debilidades; de certezas y dudas. Una antítesis de vida le tocó, y forjaba su destino con bases fabricadas de paja. Con emociones tan fuertes como la espuma y convicción tan férrea como el algodón.
En su mente le ganaba a todos, pero era una presa en la soledad figurativa en un salón de clases abarrotado de seres humanos. Incapaces de mostrarle un ápice de bondad, en cambio le ofrecían burla e ignominia.
Pero el niño creció. Cual vasija rota en la rueca del alfarero se reconstruía una y otra vez. Sangrando pero caminando, llorando pero avanzado. Hasta que tuvo un encuentro con un hombre que le cambió el pensamiento, y le salvo hasta el último pétalo del alma.
Este hombre contaba la historia así: Yo fui, Yo soy, y Yo seré un Dios. Que un día decidió caminar entre los hombres, hablarles de mi reino. Morí por ellos, pero solo tres días bastaron para volver a retomar mi trono, y dejar un vacío en aquella tumba que creyó haberme derrotado. Entonces, ese día el chico volvió a la vida. Porque siempre estuvo muerto.
Se enamoró de los libros, libros que siempre le coquetearon, pero que él ignoraba a voluntad, creyendo que era un privilegio para unos cuantos, cuando en realidad es un regalo para todos. Hoy es el único vicio que posee, y ya no contamina sus pulmones, mas descontamina su mente.
El chico todavía llora, porque se limpia; todavía ríe, porque se ama, todavía sueña, porque ahora cree. Y cuando llegue la hora de zarpar en el barco de lo eterno, se despedirá contento, al reino del aquel hombre que fue, que es y que será.
Soy tan fugaz que quiero hacer de mi destello un poema
-Kevin Mayorga
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