
Me encotraba hace muchos años atrás en una isla maravillosa, situada en corazón del lago de Nicaragua, mi bello país, llamada Ometepe.
La riqueza de su flora y fauna es sin duda alguna más que facinante; desde el nacimiento de un cristalino río llamado «el ojo de agua» hasta una lago en el cráter de uno de sus volcanes. Es uno de esos lugares de donde ya no quisieras salir.
Fue en ese lugar donde tuve la oportunidad de conocer allá por el 2017 al chico suizo que vez en la foto, su nombre es Bastian, y es hasta la fecha una de las almas más puras que he conocido. Se dedica a ayudar a niños de escasos recursos en paisés tercermundistas, por parte de una ONG que formó junto a su familia, a petición de su pequeño hermano que antes de expirar a cuasa de un cancer, sacó una alcancía donde tenía unos ahorros, y pidió que se los entregaran a un niño pobre.
Coincidimos en un pequeño y barato hospedaje. Cuando lo vi por primera vez, el entró con su amada guitarra en la espalda, vestía short y camisola; luego de preguntar si aún quedaba espacio en el lugar, nada más quedaba una amaca al aire libre; sorprendentemente dijo: «Me quedo, esto estaría bien».
Luego de obeservalo a lo largo, mientras tocaba su guitarra, no resistí la tentación de ir a saludarlo, pues yo también tocaba guitarra, aunque ni de cerca como él. De ahí nació una conversación que tardó horas. Era una persona con la cual podías sostener una conversación y no verlo sacar de su bolsillo el celular un solo segundo, sinceramente, fue algo que me llamó mucho la atención, porque, no lo neguemos, a algunos nos cuesta dejar de hacer eso.
Poco a poco la caja de pandora se fue abriendo. Manejaba perfectamente tres idiomas, ha viajado por un sin fin de paíeses, y, también era actor.
En uno de sus relatos, me contó que él no era religioso, aunque su familia era católica; pero mietras estaba jugando con unos niños en África, comenzaron a cantar alrededor de él, y comenzó a sentir algo grande en su corazón, y para su sorpresa, esos niños le ofrecieron a Él que aceptara a Jesus en su corazón para que recibiera el regalo de la salvación, y según me contó Bastian, lo recibió.
Una hermosa mañana, cuando apenas el sol comenzaba a asomarse por el basto horizonte, como si emergiera imponente desde el fondo de la mar, corrí a la orilla para tomar unas hermosas fotos y ser la envidia de las redes sociales; pero, antes que yo llegar a donde las aguas ya mojan los pies, estaba él de pie, como ignotizado por una experiencia religiosa, parecía que sus ojos eran espejos y el sol modelara delante de él, orgulloso. Bastian había madrugado, esperando ese amanecer, el cual le habían dicho que en esa isla misteriosa, no tenía comparación.
Despues de unos minutos, y sin voltear la vista, dijo: «Aprendí a disfrutar la naturaleza a traves de mis propios ojos, y no en los de la lentes de ningún aparato». Conste, no me lo dijo con tono ofensivo, pero yo estaba realmnete avergonzado, sabía a lo que se estaba refiriendo, y, luego comenzó a decirme del porqué muchas veces nos perdemos de los grandes momentos de la vida. Algunos de esos dañinos factores: Los dispositivos electronicos y las redes sociales. Ambos son trabajadores exclusivos del egocentrismo.
Desde ese día empece a ver las cosas de manera distinta, y aunque los cambios han sido paulatinos, cada día me desapego más de las cosas superfluas, para abrazar aquello que, si no llegase a ser enterno, al menos será lo más parecido.
Gracias, Bastiano, a donde sea que estés en el mundo.
–Kevin Mayorga
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