Hace muchos años, en los que constantemente vivía en ayunos juntos a unos locos amigos (pues así nos habían puesto por sobrenombre) «Los locos». Dedicando nuestras vidas al servicio de Dios, predicando su palabra en los buses, calles, barrios, pueblos y otras congregaciones. Sucedió una ocasión en la que después de haber estado orando por la noche en la iglesia, salí hacia mi casa, la cual quedaba a kilometro y un poco más, y, mientras iba, el hecho sucedió así:

Solía cantar canciones suaves a Dios, imaginaba cosas prodigiosas, el crepitar de cada paso contra las piedras del camino, el viento golpeando sobre las hojas de los árboles, los pájaros nocturnos; todo parecían armonizar con mis pensamientos, pues se unían dando color y sonido a mis más profundos sueños y hazañas evangelizadoras. Sabía que estaba lleno de la presencia de Dios, no es muy fácil explicar con palabras lo que todo tu ser siente cuando has estado mucho tiempo a solas con el creador, cuando puedes oír su voz (no audible, aunque hay casos) te repito: son cosas no muy fácil de explicar, por no decir imposible, tendrías que vivirlo para entenderlo.

Unos 200 metros antes de llegar a una panadería, la cual era conocida por ser punto de referencia, llamada “La duya mágica” vi aparecer a un hombre que doblaba en la esquina con dirección hacia mí. La luna nos estaba regalando claridad esa noche; no puse mente el muchacho, que, al acercarse me di cuenta que era mucho más alto que yo, pero justo casi al pasar a mi lado, de súbito dio como una especie de salto, el cual, no les negaré, me asustó un poco. No pensé que fuera algún asalto ni nada por el estilo. En fracciones de segundos pensé más bien en un ataque de alguna enfermedad por la forma en que estiró el brazo izquierdo. Sin embargo, estaba totalmente cabal y más asustado de lo que yo estaba. Su mirada estaba inmersa hacia el suelo como si algo se le hubiese caído, pero con su mano derecha sostenía su brazo izquierdo, como si algo lo hubiese golpeado y ahora estaba buscado a la cosa responsable.

—¿Está bien? —le pregunté con curiosidad.

—Sí, estoy bien —me respondió todavía confuso

—Solo que, algo me picó en el brazo, y me ha comenzado a arder, siento escalofrío en todo mi cuerpo, —siguió explicándome mientras seguía buscando en el suelo.

No sé porqué, pero también me sume a la tarea de la búsqueda, y luego de quizá, un minuto, miramos en el suelo algo que se movía a una velocidad absurda, sin ningún indicio de salir huyendo, como el criminal que está viciado y ya no siente remordimiento; de aspecto verduzco y aterciopelado, un gusano conocido coloquialmente en nuestro país como: «Chichicaste»

Nos quedamos viendo ambos como diciendo: «¡hay, mamá! pues hay personas que son alérgicas a sus toxinas, es un gusano muy parecido a la «manduca sexta» o al «gusano del tabaco» solo que con pelos más largos. Y bueno, sé que llegamos a una parte cruel para los defensores de animales, y están todo su derecho, pero el amigo, emprendió su venganza, y pisoteó a su agresor, una agresión que jamás fue intencional como todo ser racional entenderá, bueno eso quiero creer.

En ese momento yo me sentía como el profeta Elías, que podía dar la orden para hacer descender fuego del cielo, entonces le dije a aquel muchacho: —¿te sientes mal? —sí, —respondió. Le pedí que me permitiera orar por él, y luego de haber terminado de orar, el muchacho dijo que no tenía ni el ardor, ni la temperatura, ni el dolor del piquete. ¡Dios había usado al pequeño que se sentía Elías. Luego le presenté el plan de salvación, y ocurrió otro milagro, incluso más grande que el primero, ese joven ese día entregó su corazón a Jesús.

Ahora quiero hablarles del occiso. Ese gusano, para algunos, quizá será algo insignificante, pero no para quien te está relatando esta pequeña historia. Todos o quizá casi todos en algún momento nos hemos preguntado para qué estamos en esta tierra. Algunos se hacen la pregunta desde jóvenes, otro a mediana edad, y, otros, ya en sus últimos días. Presten atención a esto: ¡Nadie que no tenga definido un porqué podrá ser feliz! incluso, después de tener éxito financiero, llegar a tener fama, o ganar prestigio pasajero, no te garantiza que lograste cumplir tu misión en esta tierra. Solo saber para qué estamos aquí nos dará paz, porque todos nuestros propósitos son importantes por insignificantes que parezcan.

Un día, a una mariposa (quiero pensar) o un gusano cualquiera, se le ocurrió subir o pasar por un árbol, que por algún «azar de la vida» fue plantado en ese lugar, esta mariposa o larva puso unos o un huevecillo, aquel huevo esperó su proceso hasta que se rompió y salió otro pequeño gusanito. Este gusanito comenzó a deslizarse lentamente por aquellas ramas, y poco a poco se alimentó hasta llegar a ser un gusano relativamente grande. Entonces una tarde como de costumbre elige otra rama, una que está cerca de la acera de la «duya mágica» pero ese día hay vientos fuertes, la oruga resiste con todos sus fuerzas, pero solo bastó levantar una de sus patitas para resbalarse, y entonces va cayendo en picada. Siente el tacto de una superficie blanda, se siente amenazada y libera toxinas con todas sus fuerzas. Inmediatamente siente otra embestida, se recupera y vuelve a emprender la subida de un día entero a su hogar, hasta que de un momento a otro, todo se volvió tinieblas.

Este pequeño ser, jamás se dio cuenta que aquel acontecimiento había sido parte de una gran fiesta en los cielos. Un pecador se había arrepentido. Un pecador se puede arrepentir de miles maneras, pero Dios quiso usar a ese gusano, ese día, a ese hora y en ese lugar. ¿No es esto un detalle tan hermoso?

La teología no arroja luz, ni enseña que los animales van al cielo, pero sí dice que son «Nephesh» término hebreo para almas vivientes. Me gusta pensar que si no van al cielo, van a algún tipo de paraíso, lejos de la maldad de los hombres. Imagino a este gusano entrando al otro lado de la eternidad, y a una multitud de leones, jirafas, changos, y todo tipo de reptiles de alguna manera «aplaudiendo» diciéndole a este invertebrado: «¡Eres un héroe! entonces el gusano en ese momento se da cuenta que valió la pena haber vivido y también haber muerto. Con esta alegoría doy a entender que en esto cosiste conocer nuestro propósito en la tierra. Si tú estás leyendo esto, permíteme decirte que tu propósito está en Dios. No sé específicamente haciendo qué, pero dos cosas son lo primero: debes arrepentirte y entregarte a Él de corazón y luego tienes que compartir a otros lo que ha hecho por ti.

 Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos . (Romanos 10:8 RVR 1960)

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