Hoy quiero compartir algo que vino a mi espíritu mientras leía el capítulo 4 del evangelio de Mateo, pasaje que, del versículo 1 al versículo 11, nos relata la batalla que tuvo Jesús con Satanás en el desierto mientras ayunaba 40 días y 40 noches.

El contexto es el siguiente: Dios hecho carne posiblemente estuvo trabajando al lado de su padre o quizá incluso haciéndose cargo del hogar, porque algunos creen que José murió temprano (no estoy ducho en el tema). Sin embargo, sabemos que Jesús, desde muy niño, crecía en gracia, en sabiduría y en estatura. No era un ignorante de su propósito, pero supo esperar el tiempo que su Padre había establecido.

A los 30 años inició su ministerio. Creo que, si hubiera récords ministeriales, Jesús estaría entre los ministerios más cortos: tan solo tres años. Sabemos qué hizo Jesús durante su tiempo en la tierra: predicó, sanó, resucitó muertos y perdonó pecados. ¡Genial! Pero, ¿alguna vez te has preguntado el costo?

Era Dios, y sin embargo, ayunó y oró como nadie en esta tierra. ¿Qué estoy tratando de decir con esto? Que si Jesús, Dios hecho carne, tuvo que ayunar y orar antes de “subir a un púlpito”, ¡cuánto más nosotros, débiles pecadores alcanzados por la gracia!

Traeré algo a colación que va a herir la conciencia de algunos. Esto es inevitable, sin embargo, tengo que decirlo con mucho amor: ceder una posición de exposición de la Palabra a alguien de la noche a la mañana es una de las cosas más dañinas que se pueden hacer. Y saltará alguien a decir: “Pero Pablo se convirtió y luego estuvo predicando”. Sí, es verdad: testificó su arrepentimiento, pero no ministró como un apóstol sino hasta después de haberse preparado durante tres años en Arabia (Gálatas 1:15-18). Allí estuvo con el Señor, donde recibió revelaciones directas y donde posiblemente emergieron muchas de las enseñanzas que se practican hasta hoy en la iglesia.

Pero hoy estamos en la era donde todo vale y nada importa, bajo una mampara escasa de espíritu y entendimiento: “Dios usa a quien Él quiere”. Exacto, por eso a veces no los usa.

Una cosa es no ser capaces y otra cosa es dormir en nuestros laureles. Expresiones como: “Tú solo abre tu boca que Dios la llenará”, “No importa cómo se haga, con tal que sea para el Señor”, “Él conoce mi corazón”… ¿sabes cómo se llama eso? Mediocridad espiritual. TODO EL QUE QUIERA SER EFICAZ EN EL MINISTERIO DEBE VIVIR DE RODILLAS.

Ahora, si me permites, hablaré de los famosos que hoy se convierten y mañana ya están por el mundo en los púlpitos. Zona peligrosa, ¿verdad? Bien, I don’t care. Dentro de la viña del Señor no hay famoso ni rico que valga: todos debemos ser procesados.

Volviendo a Jesús: no se atrevió a imponer manos antes de “haber vuelto en el poder del Espíritu”, como dice Lucas 4:14. Pero nosotros no: mandamos a profetizar a personas que no saben siquiera lo que están diciendo. Y no me malinterpretes: Dios puede usar a quien Él quiera, cuando Él quiera y donde a Él le plazca, pero eso tiene más que ver con asuntos soberanos que con instrucciones bíblicas.

Jesús fue un maestro judío. Los rabís llamaban yugos a sus cátedras, y todo discípulo debía cargar el yugo hasta convertirse en un maestro judío. Nosotros estamos quitando el yugo de nuestros nuevos hermanos en la fe antes de que, por lo menos, aprendan a tener una vida devocional, y los estamos dañando.

Ojalá este pequeño escrito llegue a mis amados pastores y líderes, y hagan conciencia de que es mejor un alma sanada que un alma afamada.

Con amor,
Kevin Mayorga

Deja un comentario