Alguien estaba tocando a la puerta, mientras yo me ahogaba dentro de mi casa. La resaca del día anterior me latigaba sin piedad. Desmenuzado en la silla, hice el esfuerzo para ponerme de pie e ir a callar aquel ruido, que, en tiempo real era decente, pero a mi cerebro le afectaba cual taladro penetrando de lado a lado. Abrí el portón hojalata que daba la bienvenida en mi casa; un hombre gordo, velludo, gorra roja, bigote hitleriano, me esperaba con una sonrisa tímida. —¡Buenos días! —me dijo sonriendo, —¡Buenos días! —le respondí, haciendo un esfuerzo sobrehumano. —Vengo de parte de alcohólicos anónimos, somos un grupo de recuperación sin fines de lucro, —dijo con voz carrasposa. —lo que me faltaba— pesé para mis adentros. Luego de explicarme de qué se trataba, increíblemente, ahí estaba yo la noche siguiente. Levanté la mano, y me hice miembro de dicho grupo. Lugar en el que me mantuve sobrio por 8 meses.

«El que no vive para servir, no sirve para vivir«

Esa fue una de las primeras frases que me hicieron aprender, y que jamás la pude olvidar. Su significado tiene que ver con el sentido de la vida, con el propósito que todos tenemos al vivir a este mundo. Directa o indirectamente, todo lo que hacemos le servirá a otra persona. Sea nuestro trabajo, nuestro talento, o incluso nuestros pensamientos, serán el salvavidas de alguien. Es aquí donde el egoísmo es repulsivo, y escaso de sentido.

Pero fue hasta que volví a la iglesia que, el significado de servicio tomó otrp sentido con un peso mucho mayor al que había conocido en AA. Jesucristo, el ejemplo de servicio más grande de toda la historia, nos enseñó de esto mejor que nadie. Imaginar crear un mundo de personas que se rebelan contra ti, y que aunque no tengas ninguna obligación, dejas tu trono eterno y tomas la forma de un ser humano tan vulnerable como todos los demás; luego les sanas físicamente, abrazas a los pecadores y como si fuera poco, tienes que morir de la manera más cruel y humillante que podía existir en ese entonces; que encima muchos de ellos se burlarían de ti al pasar de los siglos, pero más grande aún, les sigues amando y perdonando. ¡Santo cielos! si eso no es servir, entonces ¿Qué es?

Dicho lo anterior, en algunas denominaciones eclesiásticas, se tiene la costumbre de llamar a un ministro con el adjetivo «siervo» que en término sencillo es «el que sirve». Estoy al tanto de que algunos usan este calificativo para creerse más que otros porque en ocasiones están de pie en un púlpito diciendo cuatro cosas, pero nada más alejado del verdadero sentido. Servir es dar, ayudar, escuchar, sanar, y miles de cosas más que pueden traducirse como servicio.

En fin, con el pasar del tiempo, luego de trabajar en el ministerio evangelístico en todo mi país, y en algunas partes de otros. Sin pedirlo, sin esperarlo, y créeme que a veces no sé porqué hasta gente sin conocerme, me llaman «siervo». No lo considero un alias, pero me gusta la idea, porque me recuerda que no estoy en este mundo para entender que, ser el número dos, a veces es mejor que ser el número uno. Porque no hay mejor virtud que servir a los demás de corazón.

Con amor: El siervo.

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