
El aniversario de la Editorial Ramen fue pomposo, una serie de escritores firmados por ellos habían estado siendo los best seller por excelencia. El director, la junta, los ejecutivos no pudieron estar más felices al estar entre las editoriales de mayor prestigio.
Era un día viernes mientras dentro de unas grandes y lujosas oficinas, dignas de dramaturgos y catedráticos, celebraban con algarabía; la champaña salpicaba los costosos trajes del personal; poco importaba, había dinero. Afuera, un joven de 22 años esperaba desde hace unas tres horas. Le habían prometido agendarle una cita justo en la misma fecha de la celebración, solo que, a alguien se le había olvidado, o como de costumbre, no le habían tomado en serio.
—¡Muchas gracias! Señor, le prometo que no se va a arrepentir —había dicho el chico un mes antes, —si, si, seguro —le respondieron del otro lado. Acto seguido, colgaron el teléfono.
Gabriel era un chico que se había enamorado de los libros desde muy pequeño, aprendió a leer cuando tan solo tenía cuatro años, solo que había un detalle, aprendió solo, ¿cómo? Es un misterio. Cuando era un bebé, su madre había dejado un Nuevo Testamento en una repisa, el niño, en vez de morderlo como hacen la mayoría de los bebés, jugaba con él, milagrosamente, nunca lo rompió. ¿Habremos resuelto ya el misterio? Espero que sí.
Cuando cumplió once años, ya se había leído todos los libros de Tolstoi, ¿cómo llegó una mente tan joven a tan gran calidad de escritura? He aquí el misterio número dos. Resolvámoslo, desde que conoció la biblioteca, jamás se le podía encontrar en otro lugar. Cero celular, cero televisión; era un niño vicioso, cuyo efecto era volverlo cada vez más imaginario, y en su efecto, más inteligente. Misterio resuelto.
Empezó a garabatear sus primeras historias. Las repartía con sus maestros, sus compañeros. Unos se le burlaban, otros decían que había plagiado, algunos maestros llegaron a decirle que él no había podido escribir algo como tal. Esto lo hería, sin embargo, nunca se detuvo. Entonces comenzó su gran obra maestra “La Novela que se escribió sola”
En uno de los capítulos de su borrador, que, había plasmado en aquellas amarillentas páginas de papel barato, decía algo como esto:
Todos encontraron la manera de triunfar —dijo Gastón. —Pero yo que tanto la he buscado y al parecer haberla encontrado, se me va como agua entre las manos, a veces parece ser buena maestra del disfraz. Tengo dos hipótesis, una excusa y un juramento en mi cabeza. La suerte no es suerte sino dinero; el triunfo está escrito para algunos de antemano; quizá no soy lo suficientemente bueno para ser leído, pero juro que, con o sin mi nombre, todos habrán de leerme… y habiendo dicho esto, murió.
El fin de esa historia narraba que la novela había sido encontrada a la orilla de un basurero; encontrada justo frente a la casa de un dueño de una editorial en busca de autores anónimos; el día que decidió tirar un poco más de basura, encontró el manuscrito lleno de barro, pero todavía legible. Justo antes de morir, Gastón, protagonista de la novela, había borrado su nombre. ¨La Novela que se escribió sola” recorrió el mundo entero.
Gabriel había escrito su novela inspirada en sus vivencias, pero no podía creer que le estaba tocando vivir una experiencia tan viva y similar. No le atendieron, y pospusieron su reunión para el mes siguiente. —Si quiere, muchacho, puede dejarnos su borrador, y cuando la leamos, le llamamos— le dijo alguien. Gabriel sintió una punzada en su corazón, como si algo no iba a salir muy bien con eso. Decidió no dejarlo, dio las gracias y salió de aquel lugar.
Cuando iba de regreso a casa, pasó por un pequeño puente que enmarcaba un diáfano rió. Gabriel, preso de la tristeza, vaciló en lanzar su novela, pero se acordó de su personaje, Gastón y dijo: —Si Gastón no pudo ver su logro, yo lo veré por él; sin embargo, esa tal editorial Ramen, ha perdido a una leyenda de las letras. Volvió a casa.
A las 6 de la mañana del día siguiente, sonó el despertador. Gabriel se incorporó de súbito. Jamás había llamado a una editorial, jamás había estado ahí esperando a que le dejaran plantado, pero su novela estaba intacta en su mesita de noche. Se calmó al darse cuenta que al menos eso real real. Se levantó, y se acordó que en el sueño, su personaje, Gastón, había hecho un juramento que no tenía la versión original de su novela. Abrió su manuscrito, y después de haberlo añadido, dijo en voz alta las mismas palabras:
…JURO QUE, CON O SIN MI NOMBRE, TODOS HABRÁN DE LEERME.
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