
La ventana tenía horas de estar llorando, acariciada por la lluvia anunciada desde la semana pasada; será fuerte y larga —habían dicho— pero desde hace mucho no le creía a las personas. Me volví escéptico a las noticias, a la tecnología a la religión, a los hombres y mujeres. A veces, solo a veces, le creía a mi perro Bobby.
Y es que, todo comenzó el día del cumpleaños de mi prima Vita, la favorita del abuelo Carlos, bueno, eso creo; un día es Vita y otro día, Ulises. En lo que a mi respecta, dice que no soy nieto suyo. La verdad nunca entendí porqué siempre repitió eso hasta el cansancio.
No puedo mentirles, ese pastel estaba delicioso. No me dejaron mi parte, pero igual le pellizqué con mis dedos y salí corriendo hacia el baño. Dijeron que no alcancé, que lo sentían, pero me prometieron que en el próximo cumple procurarían darme un trozo. Bueno, la verdad no se molestaron conmigo por lo del pellizco, sino porque no llevé regalos. ¿De donde narices un niño de doce años va a sacar para un regalo? si con costo ahorro para llevar un peso una vez por semana a clases; cuando iba a clases, obviamente. Y conste que ellos no aceptan adornos hechos de concha de mar ni cartas hecha a mano, ¡eh!
Finalmente, me fui a casa, qué niño querría quedarse en un cumpleaños donde no lo dejan pegarle a la piñata. Como si fuera poco, las tripas comenzaron a organizar una fiesta sorpresa dentro de mi lánguido estómago. —Hola, mamá, ya llegué —le dije a doña Cleo —¿tienes algo de comer? tengo mucha hambre. Procedo a narrarles su respuesta:
Y a que vas a los cumpleaños si no es a hartarte yo no parí cerdos para pedir comida a cada rato eres como una rata de alcantarilla que nunca se llena mejor mira ahí están esos trastos donde comió tu papa lavalos antes de que venga porque va a venir borracho y ya sabes que nos cae a los dos estoy cansada no se para que te parí etc, etc, etc...
Después de haberme hecho un tatuaje con una chancleta en la cara, me fui primero a lavar los trastos y después me fui al cuarto. Veinte minutos después estaba un hombre borracho tocando a la puerta de mi cuarto. Otra vez ese juego que ya me tenía harto, que no entendía y que me daba asco. Salió después. Igual le pegó a mamá.
Les mentí cuando les dije que todo empezó en el cumpleaños de Vita. Pasaba todos los días, todas las semanas, toda la vida. Lo que realmente inició ese día fueron las ganas de abrazar a alguien con todas mis fuerzas. Cuando papá salió de la habitación, solo quedaba un ser a quien abrazar. Llamé a Bobby. Lo abracé hasta que ya no pude más ¿Les dije que Bobby era un perro de peluche?
La ventana seguía llorando, y creo que lo hacía por mi. Ese día, mi cuerpo quedó al lado de Bobby, frío, inerte y con dos surcos de agua sobre mi cara que descendían desde la cuenca de mis ojos hasta la torre de mi cuello. El bote de pastillas no pudo llevarse mi hambre, pero se llevó mi alma.
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