¿Qué haces para integrarte en la comunidad?
A lo lejos vi un tumulto de gente tomadas de la mano, cerraban sus ojos mientras sus rostros eran una especie de matiz emocional. Locos, les decían unos, borrachos les llamaban otros. Pero no, unidos armonizaban haciendo eco a aquello que les unía, una sangre carmesí.
Imaginaba perfección en sus corazones, pero estaba lejos de estar en lo cierto, sorpresa fue darme cuenta de lo contrario, eran pecadores, débiles, crueles, ladrones, y reconocí entre ellos a una prostituta.
¿Qué hacen estos aquí? —dije para mi. —estas figuritas eran la burla del barrio. —¡exacto! —exclamó una tranquila voz, mientras una suave mano se posaba sobre mi hombro derecho. —Eran. —continuó diciendo —todo eso y más eran estos hombres y mujeres, ahora todos han sido perdonados.
No tardé en darme cuenta de que estaba parado en medio de una comunidad muy odiada, o muy amada, todo depende de quien seas. Estaba metido en una iglesia. Solo hace algunas horas, había estado consumiendo hasta perder la memoria, fue hasta que llegué a ese extraño lugar que, mi mente comenzó a estar lúcida otra vez.
Voltee a ver al hombre de la mano en mi hombro, me miraba como si me conociera desde hace mucho. Salí corriendo de súbito buscando la salida, pues no tenía idea de como había llegado ahí. De pronto detrás de mi, aquel hombre gritó: —¡aquí también tienes un lugar!
Un lugar —pensé. Siempre había ido a todos lados pero nunca me sentía pertenecer a ninguno. De todas formas seguí mi camino.
El domingo siguiente, a las 10 de la mañana, estaba sentado en las bancas de ese templo rodeado de alegría, no entendí porqué lloraban ni porque reían, pero todos me abrazaban y me preguntaban por mi salud. Por fin, encontré una comunidad, en la que no tuve a que hacer nada para integrarme, solo dejarme amar, y mejor aún, amar a otros.

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