Una de las características bien marcadas en el hombre después de la caída, es el ego. En algunos, es sumamente evidente, en otros apenas se puede notar, y en otros está muy bien oculto. Pero hay unas pocas personas de una raza muy extraña — así les llamaré— que han llegado a dominar completamente esa amarga y nefasta maldición.

La mayoría de los que estamos leyendo esto, tenemos alrededor nuestro, personas a las cuales son muy fáciles de amar: padres, hijos, parejas, etc. Somos capaces de darlo todo por ellos, somos capaces de defenderlos hasta los dientes; e incluso, podríamos dar la vida por amor a ellos. Hasta este punto todo eso está muy bien, porque el señor nos manda a amar a los nuestros. El verdadero problema comienza cuando Dios nos enseña en su palabra quién es nuestro prójimo.

En la parábola del evangelio según San Lucas (léase) 10:25–37 encontramos a un hombre haciéndole la pregunta célebre a Jesús, “¿quién es mi prójimo?” la respuesta del Señor es una contundente reflexión acerca de la inesperada solidaridad de un hombre descalificado. Debo confesar que, hasta hace muy poco e incluso hasta hace unos minutos mientras meditaba en el amor, es que pude entender de que, cuando Jesús se refería al prójimo, no se refería al hombre que había recibido la ayuda después de haber sido golpeado, sino más bien se refería, al que extendió la mano para ayudar. Echémosle un vistazo y cito “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo.”
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¿Notas la respuesta? Dice del prójimo: “el que usó de misericordia“. ¿ Por qué Jesús responde de esta manera? Porque sencillamente está tirando su flecha a un blanco muy específico: debemos amar a las personas tal y como nos amamos a nosotros mismos. Pero no te apresures, el samaritano el cual era un inmundo para los judíos no estaba amando a su papá, o a un hijo, o a su mejor amigo. Estaba amando a un completo desconocido.

Comencé este artículo hablando del ego, porque el ego busca el beneficio propio, de hecho es totalmente todo lo opuesto al amor, es una antítesis de 1 de Corintios 13 , no es bondadoso, no es paciente, tiene envidia, es jactancioso , es arrogante, se irrita, busca lo suyo, es injusto, etc.

Dicho esto, Dios nos está diciendo en su palabra, la definición del verdadero amor es sacrificio. No hay mayor ejemplo de sacrificio, que el amor de aquel que a pesar de que nosotros somos totalmente indiferente en muchas ocasiones a su amor, por encima de eso,él decide seguirnos amando. Y es que cuando el amor es verdadero, contrario al ego, no espera nada a cambio. 

Para la lógica humana es totalmente incomprensible amar a aquel que no lo merece,a un desconocido que quizás logre a verlo tan sólo una vez en la vida, un agresivo conductor en la calle, al vecino que toda la vida se la pasó echándote agua sucia en el patio de tu casa, al que traicionó tu confianza, al maestro que te aplazó “por gusto “, al que golpeó a uno de tus hijos, al hermano de la iglesia que te levantó un falso, a ese presidente que te cae tan mal. Y si, mi amada y respetada iglesia de Cristo; ellos son nuestro objetivo de amor.

¿ Por qué el señor nos pide amar a los demás como nosotros mismos? Bueno, no nos gusta que nos mientan, pues no mintamos; no nos gusta que nos roben, pues nos robemos; no nos gusta que nos traicionen, entonces no traicionemos; nos desagrada que hablen mal de nosotros, entonces no hablemos mal de otros. Y así, la lista sería indefinida. Amemos tal y como nos gustaría que nos amaran a nosotros. Esa es la regla espiritual.

El fin de este artículo es exactamente lo que dice Gálatas: 5:14 “porque toda la ley en esta sola palabras se cumple: amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La ley ya se ha cumplido en Cristo pero como Cristo es en nosotros debemos ser parte de ese amor que ama matando a ese monstruo llamado ego.

Foto by: Luca Nardone

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