
Había corrido como un loco tras haber escapado de esos seres malvados —decía él—que querían desaparecerlo. Orlando, tenía la suerte de haber sido campeón olímpicos en los juegos de Atlanta de algunos años atrás, su musculatura le atribuía tal velocidad, que cada zancada parecía catapultarse por una turbina incrustada en sus muslos inferiores. Jadeaba, garraspeando su achicada garganta, supliendo el poco aire que todavía pasaba por su tráquea. Un pensamiento se le cruzó de súbito: “¿y si me detengo y los enfrento?” —dijo para sí— pero se acordó que no eran pocos, y prefirió seguir corriendo.
Pasada media hora, no pudieron alcanzarlo, y al parecer dejaron de seguirlo; y aunque quiso detenerse, hizo un esfuerzo sobrehumano para correr solo una milla más. A lo lejos vio una especie de neblina blanca que cubría un puente anodino, cuyos transeúntes habían declarado obsoleto desde que un niño había sido asesinado en ese lugar, un tumba, le decían.
Orlando, quien no solo sabía correr, sino que también sabía nadar, pensó que ese era el momento en que su vida podía tener una oportunidad más, el gran escape. Antes de poner uno de sus pies en la barra superior, no había en él un pequeño espacio para la vacilación; sin remordimiento alguno, tomó impulso, la sangre le corría por todo el cuerpo aceleradamente, su cerebro había segregado toda la adrenalina que le quedaba. Mientras aun estaba en el aire, esperando una caída vertiginosa de 300 metros, vió justamente en el mismo lugar donde segundos antes se había lanzado, a un niño que le extendía la mano, como pidiéndole que regresara. El tiempo se paralizó en su mundo, aunque en la realidad solo tardó 5 segundos en llegar al fondo. Y solo un segundo antes de caer, vió a un tumulto de gente, la gente que le estaba buscando, aunque el niño, había desaparecido de sus ojos, para siempre.
Nunca se volvió a saber de Orlando, le buscaron por todas partes, pero al parecer, la naturaleza o la divina procedencia, no quisieron entregar sus restos.
Meses después, las autoridades locales, clausuraron en su totalidad a aquel viejo puente, y pusieron un cartel con las siguientes inscripciones. “Aquí yacen los restos de Pedrito, y también los de Orlando, su asesino”.
Kevin Mayorga
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