Foto: Mehmet Turgut Kirkgoz

Escribe una carta a tu yo de 100 años.

Quizá aún te aferres a esa taza de café con tus manos temblorosas y arrugadas; quizá luches por descifrar las palabras que tus bisnietos te dirigen, hurgando con ansias el deseo de conocer si ellos también aman la lectura tanto como la amaste tú. O quizá alguien te esté disfrutando tanto que tiene la osadía de leerte esta carta, a pesar de este tiempo tan impaciente y acelerado.

¿Recuerdas que a lo largo de los años temías morir? Bueno, Aún estás aquí, eres todo una leyenda centenaria. Sé que tu temor a la muerte no era la muerte en sí, sino a la experiencia. Qué paz te dará saber que el Señor te recibirá en sus brazos, esperando ese anhelo más deseado, verle cara a cara y estar con Él para siempre.

Tu esposa, tus hijos y todas tus generaciones te recordarán como el hombre que tuvo muchos miedos, pero que no se dejó dominar de ninguno, temblabas antes las circunstancias, pero eso no te impidió pasar por encima de ellas. Tú madre fue tu mejor maestra.

Tu hermano te está siguiendo los pasos, y se está cumpliendo todo al pie de la letra de lo que de él se predijo. ¡Quién diría que el papucho se convertiría en evangelista internacional! pues bien, los imposibles déjaselos a Dios.

Sé que fallaste millones de veces, y cuánto sé que te costaron; las consecuencias siempre serán inevitables, pero si hay algo bueno que podemos sacar de ellas, son las enseñanzas. Recuerda esa frase que solías decir siempre, la cual escuchaste en algún lugar: “la vida es tan buena maestra, que, si no aprendiste la lección, te la repite”

Oye, es hora de descansar. Cumpliste tu propósito. Muchos te odiaron, pero muchos más te amaron. Y por cierto, no te preocupes, tus libros están siendo leídos en el mundo entero; llevando un mensaje de esperanza, el mensaje de la cruz.

Hasta pronto. Soñador.

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