Nunca se supo el nombre del vecino norteamericano, pero tampoco era tan relevante, habían bautizado a aquel anciano como el «Neighor». Ahora estaba totalmente cambiado, saludaba con alegría, no importando el país del que pudieras aparentar ser; debes en cuando, y cosas rara era, sonreía como si alguien le estuviera susurrando un chiste al oído. Siempre fiel a su limpieza hogareña, casi como un ritual.
—Qué raro, tengo días de no ver al Neighbor —dijo Jéssica arqueando una ceja y viendo a la nada. —Es cierto —replicó Saida —la última vez que lo ví, fue el jueves pasado, cuando sacó aquel pesado saco, el día que no quiso que nadie le ayudara «Don´t worrie» —dijo «I´m strong».
Eran común escuchar toser casi ahogándose a aquel experimentado hombre, sin embargo, esa casa se había vuelto tan callada, y como nunca permitía visitas, se llegó a pensar que tal vez, en un arranque de amor y sentido de responsabilidad, algún hijo había venido de lejos a llevárselo, pero según las cámaras frontales, ningún vehículo, aparte del que pertenecía al aciano, se había acercado jamás.
«¡Din, don!» —sonó el timbre de la casa de las mujeres. El hijo de Jéssica, a quien le habían sacado las muelas cordales y estaba de reposo en casa, abrió la puerta. Una mujer rubia, mayor de edad, estaba pidiendo ayuda; decía ser la hija del vecino desaparecido, había intentado entrar a la casa, pero su padre no daba ni pizcas de querer abrir la puerta.
La curiosidad, la preocupación y la juventud, llevó a aquel joven a buscar todas las puertas posiblemente abiertas de aquella casa de al lado, pero fue en vano. Hasta que se acordó de una ventana, y, bingo, por casualidades de la vida, el Neighbor la había dejado abierta.
Subió hasta alcanzar la puerta, sentía que el dolor de muelas le mataba, pero pudo más las ganas de saber qué pasaba con su vecino.
Cuando estuvo dentro, todo seguía en silencio, el ruido más identificable era el decrépito chirrido de una gota cayendo en lavamanos. Siguió avanzando, y en el acto se tropezó con una mosca que parecía estar huyendo despavorida, o como quien va volando a contar una noticia. No encontró nada en las habitaciones, hasta qué, decidió entrar al único lugar que le quedaba por sondear, el baño.
Un pequeño charco color carmesí cruzaba la frontera de la puerta del baño, la mirada del chico, profunda y silenciosa, daba aviso a su sistema nervioso de un primer avistamiento que levantaba sospechas, solo necesitó avanzar un metro más, para topar con el cuadro más dantesco que en su corta vida había podido presenciar. El cuerpo frío y desnudo de aquel anciano, yacía en el suelo, acurrucado como un bebé, desprendía de su boca sangre y ya no quedaba en él ni un solo respirar.
A cualquier otra persona, le hubiera dado pavor encontrarse con esta escena gráfica, pero lo que sintió este joven, fue tristeza, dolor y un poco de ternura. El dolor de no saber si en sus últimos momentos el Neighbor pedía por ayuda, pero su débil voz, y su insonorizada casa, no se lo permitieron. En cuanto a la hija, según, no se le vio más que cara de remordimiento.
Lo más triste fue dar la noticia, quienes lo conocieron en sus últimos años, habían sido aquellas mujeres, que pasaron a ser sus mejores amiga. Lo sintieron en el fondo de su alma.
Después de lo sucedido, y una vez que el cuerpo fue sacado por las entidades correspondientes, de repente, y para sorpresa, al Neihgbor le aparecieron hijos de todos lados.
Kevin Mayorga

Foto: Ivan Samkov
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